Desde hace algunos años conocí el método Montessori en la Universidad donde estudié mi carrera, era parte del plan de estudios pero no lo alcanzamos a ver, así que nos quedamos a medias.
Ya desde mi embarazo, como soy muy curiosa, el nombre resonaba en mi cabeza una y otra vez y decidí buscarlo en Internet y me encontré con la sorpresa de que es una metodología muy utilizada, de la cuál hay infinidad de blogs. Ahí empezó mi obsesión.
Empecé a leer y poco a poco fui entendiendo su filosofía acerca del respeto al niño y sus procesos. Me encanta. Siendo maestra, soy testigo de que muchas veces presionamos a los niños para que alcancen objetivos para los cuáles aún no están preparados, causando frustración y sensación de que no son capaces, eso no pasa en la educación Montessori. Se ve al niño como un ser completo que es capaz e independiente y necesita una guía amorosa de parte de un adulto.
Ya desde muy bebé intento respetar su ritmo y personalidad, deseo que él aprenda según sus posibilidades, que se sienta seguro de su ritmo y de sí mismo, de que será amado y capaz, sea como sea, que sepa que se avanza siempre aunque sea a paso de tortuga y que nunca se rinda.
La educación Montessori fomenta la independencia en las habilidades de la vida diaria desde muy pequeños, y no es que quiera quitarme la responsabilidad de cuidarlo, sino que quiero que sea capaz de valerse por sí mismo. De decidir qué hacer, cuándo hacerlo, que sepa lavarse las manos y recoger sus juguetes cuando termine de jugar, entre otras cosas.
Espero que mi hijo respete la diversidad de personas, a la madre naturaleza y se maraville del mundo que nos rodea. Que experimente y comprenda, que pueda tocar todo sin límites (excepto cuando algo lo pone en peligro), gozando así de su vida.
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